Ni uno se ausento.
Desde antes que se escondiera el sol fueron llegando,
Brebajes y polvillos traían en sus bolsillos.
De mi gusto fue su preocupación por la música.
Como yo era el festejado,
Todos se preocuparon de que la noche fuera eterna.
Como yo era el festejado,
Todos traían sus presentes,
Pero como siempre, todos venían sin nombre.
A la hora de abrirlos todos me rodeaban,
Infinitas tentaciones venían.
Pero también angustias de ellas colgaban.
Cinco mil litros de lágrimas,
Mil horas de angustias,
Diez libros en blanco,
Dos muertes cercanas,
Veinte dosis de impaciencia,
Cincuenta y ocho mil decepciones,
Ciento veinte casos de desesperanza,
Tres toques de odio,
Una gran confusión,
Y un eterno sendero de soledad.
Esos fueron mis regalos.
Pero alguien llego atrasado,
Se me olvida quien llega siempre tarde,
Era ella,
Gris y transparente,
Infinitamente fresca,
Frágil y adictiva,
Ensoñadora y caprichosa,
Terca y transgresora.
Como todos los años
Con las manos vacías llego,
Solo con sus largas extremidades extendidas,
Invitándome a descansar,
Y convirtiéndose en el odio de los demás.
Me tomo del brazo y me conquisto con sutileza,
Mientras sus pies descalzos apenas tocaban el suelo.
Nos sentamos en aquel antiguo y desteñido sofá,
El que es su favorito,
Y comenzó a acariciarme la cabeza,
Y al cabo de un rato ya no había nada.
Ya no recuerdo ni fechas ni horas,
Todos los años sucede,
Me duermo en sus piernas a la espera del próximo festejo.
Cesar Navarro
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