lunes, 25 de abril de 2011

Madera húmeda


             Recuerdo cuando fui un rio, recibía los primeros rayos del sol,
y acariciaba la luna cuando nadaba en el infinito.

            Mi corazón latía en una quebrada, entre dos murallas, sienes que canalizaban mis lágrimas.

              En aquella herida expuesta mi delirio habitaba,
dos árboles vivían en orillas opuestas.

             Uno con sus hojas filtraba el viento y con esa música me embriagaba.

             Uno con sus mas largas ramas mis corrientes acariciaba,
provocando surcos que nunca prosperaban,
provocando espumas como de vino que apagaba mi sed, pero que aumentaba mi prosélito.

             Uno dejaba caer sus hojas en mi lenguaje,
el cual repartía por prados y campos,
y que al término de su quehacer  vacacionaba con la alegría salada del mar.

             Uno dejaba caer sus semillas en mis palabras,
las que cultive en cada puente, lugar seguro de contacto,
las que florecieron en el cauce, y me acompañaron en cada paseo.

             Uno me regalo sus frutos,  el otro su sombra.

             Uno lavo sus pies con mi pena, el otro quedo sin pies por mi hambre.

             Aquellos siguen ahí dudando,
afanados en la desdicha,
tratando de convencerme con sus primaveras,
tan alegres, tan floridas y tan inocentes;
tan pasajeras, tan libres, tan ingenuas.

             Ignoran que mude mi corazón,
y que ahora disfruta de sol rojizo del ocaso.

               Lástima que olvide tu música y tus frutos.

                                                                  César.



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