Eran las calles de tierra de nuestro pasaje,
el poste de madera impregnada que los gatos astillaban.
si, lo recuerdo bien.
Las corridas y los golpes en el potrero,
el aroma de la madera húmeda que dominaba después de la lluvia,
las murallas de maderas con sobrecimientos de verdes musgos,
y las oscuras tumbas de los baños.
Las vacaciones en La Alberca,
las vacaciones en casa,
los juegos de la mañana,
los caminos en la tierra.
Los fogones y los fondos,
la madera hecha cucharon,
el olor a porotos,
el sabor de la carne vegetal,
mi madre revolviendo.
El disfrute de la olla común.
los muñecos de trapo,
las casas de lana y colores,
los cielos celestes, de viejas camisas de colegio,
los arboles y las frutas,
las palitas de aluminio,
las protestas de género,
el guanaco de algodón.
Esas eran las arpilleras.
La fiebre,
las carreras al Poli,
las cinco de la mañana,
el frio flagelante,
y la fila interminable,
Esa era la enfermedad.
Las navidades pobres,
los regalos humildes,
los arboles tristes,
las navidades sin Cristo.
El colegio del barrio,
la pereza,
los correazos anímicos,
los “Levántate que es tarde”.
La lluvia,
las goteras,
el abrigo de tu presencia.
El futuro que era ciego,
y el que aun sigue siéndolo.
El recuerdo de lo duro,
el aprendizaje de la calle.
El olor del trago triste,
y los golpes del pasado.
El camino recorrido,
y la suerte de ser tuyo.
Eleazar Navarro
No hay comentarios:
Publicar un comentario